El reloj que organiza y desorganiza la vida

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No es de ninguna marca suiza o japonesa. Se trata del reloj biológico. Los seres vivos lo llevamos dentro y se adelanta a cada paso que damos. Su alimento, la luz.

Por: Fabián García

Ilustraciones: Pini Arpino

 

Si el reloj biológico fuera una persona, sería muy metódica, silenciosa y, sobre todo, porfiada. A primera vista, hasta la tildarían de aburrida. Sin embargo, su encanto residiría en que puede ser muchos personajes a la vez y en que puede manipular hasta los estados de ánimo. Como se regula con la luz del sol, momento en que activa las funciones, cuando esta se va, quiere desenchufar todo. Su principal enemigo histórico es un tal Thomas Edison, el inventor del foco, artefacto que ha permitido prolongar artificialmente el día.

“Su buen funcionamiento es clave para la salud”, dice la doctora Fernanda Ceriani, jefa del Laboratorio de Genética del Comportamiento en la Fundación Instituto Leloir e investigadora principal del CONICET en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires. La especialista, también ganadora del Premio Nacional L’Oréal-Unesco Por la Mujer en la Ciencia 2011, cuenta: “El reloj biológico marca mucho más que los momentos de máxima alerta o la hora de irse a dormir; también regula el sistema inmune, la digestión, la temperatura corporal, la presión arterial, el funcionamiento de los riñones, la frecuencia cardíaca y los ritmos de ovulación cada 28 días. De hecho, la literatura científica acumula evidencia sobre la relación entre la disfunción del reloj biológico y la susceptibilidad al desarrollo de ciertos tipos de cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes tipo 2, infecciones y obesidad”

Además, Ceriani explica que “está formado por neuronas reloj cuyos engranajes son un conjunto de proteínas capaces, en su conjunto, de medir el paso del tiempo. Se encargan de regular una amplia gama de procesos metabólicos, fisiológicos y comportamentales para que ocurran en los momentos más adecuados del día”.

“El reloj biológico marca mucho más que los momentos de máxima alerta o la hora de irse a dormir”. Fernanda Ceriani

Por cierto, este reloj está lleno de secretos sobre cómo hace para regular los tiempos de actividad de los seres humanos, los animales, los insectos y las plantas. En el caso de los humanos, se  ubica en el cerebro, puntualmente en los núcleos supraquiasmáticos o NSQ. Son dos pequeñas estructuras cerebrales (una en cada hemisferio del cerebro), compuestas de neuronas que regulan los ritmos biológicos.

Entre alondras y búhos

Diego Golombek dice que él es una alondra moderada. Es biólogo e investigador del CONICET, y autor de numerosos libros de divulgación científica. Su lugar de trabajo es el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui). “Todos tenemos un pedacito del cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es. Es el reloj biológico. En general funciona de la misma manera en todos, pero tiene variaciones importantes, en particular con los horarios que elegimos o en los que estamos mejor preparados para desarrollar ciertas tareas. Se llaman ‘cronotipos’: están las personas más matutinas, denominadas en la jerga ‘alondras’, o las más vespertinas, llamadas ‘búhos’. Hasta ahí, todo bien. El asunto es que no somos iguales a lo largo de nuestra vida. Un mismo individuo puede ir cambiando este cronotipo; y el ejemplo más claro es el de los adolescentes. Estos son búhos naturalmente, a todos les resulta más normal, más natural, más cómodo hacerlo más tarde, porque las agujas de su reloj biológico apuntan a más tarde”, explica Convivimos.

Golombek es uno de los expertos que propone retrasar el inicio de las clases matutinas en la escuela secundaria a partir del reloj biológico que, en general, guía a los adolescentes. “Uno dice que hacen todo a cualquier hora por cuestiones culturales y es cierto. Vos cambiás de país y la gente sale más tarde o más temprano, y los chicos, en la Argentina, tienden a realizar las cosas muy tarde, por ejemplo, hacer la previa a las dos de la mañana o quedarse chateando o viendo tele hasta cualquier hora. Hay algo cultural. Pero eso cultural se basa sobre sus necesidades biológicas, sobre que estas agujas del reloj están retrasadas. Por lo cual un chico que va al colegio al turno mañana tiene que levantarse extremadamente temprano para lo que es su ritmo biológico. Duerme poco, llega dormido, no rinde bien, tiene faltas de atención, más ausentismo, se enferma más y saca peores notas. En las pruebas piloto que ha habido en todo el mundo –en algunos casos, más que piloto–, ya se ha implementado como algo oficial. Ahora sabemos que modificar un poco el horario de inicio de las clases tiene un efecto enorme. Y cuando uno dice ‘Vamos a retrasar las clases del secundario’, la gente nos quiere matar. Sobre todo, los padres, los docentes… se preguntan ‘Pero ¿qué va a pasar con el turno tarde?, ¿con el trabajo?, ¿y con el transporte?’. Sin embargo, no estamos hablando de que las clases empiecen a las nueve de la mañana, sino a las ocho, a las ocho y media, en el mejor de los casos. Ya con media hora o cuarenta minutos de diferencia logramos ver una mejoría sustancial. Con lo cual hay pocas razones, al menos, para no probarlo».

Cuestión genética

A pesar de las cuestiones culturales, hay sociedades que son más tardías que otras. Por ejemplo, en la Argentina se cena más tarde que en los países del norte. “Más allá de eso –explica el investigador–, hay ciertas preferencias, propensiones que son endógenas y hasta genéticas. La mayoría de nosotros somos neutros o moderadamente matutinos o vespertinos. Pero hay una población que es extremadamente matutina (alondras) o extremadamente vespertina (búhos). A las alondras les cuesta mucho mantenerse despiertas a la tardecita y ya tienen somnolencia; y los extremadamente búhos no se pueden levantar bien a la mañana, se obligan a hacerlo por el trabajo o lo que fuera, pero les cuesta. En esos casos extremos tenés causas genéticas y hasta hereditarias. Podés rastrear a lo largo de una familia un retraso o un adelanto de la fase de las agujas del reloj muy marcado. En los otros casos, es como todo lo que somos: una mezcla entre lo que traemos de fábrica, la herencia, lo que ligamos de papá y mamá, y lo que hacemos, que es producto de la cultura o el ambiente”.

La mayoría de nuestras funciones son una mezcla entre lo biológico y lo cultural. “Podemos traer una propensión a algo, por ejemplo, a cierta enfermedad, y tal vez nunca te enfermes de eso, porque te cuidás, comés bien, hacés ejercicio, etc. La enorme mayoría de nuestras funciones son esa combinación entre la propensión y el ambiente. En cuanto al reloj biológico, en los casos extremos, la propensión pisa fuerte: si sos un búho extremo o una alondra extrema, vas a forzarte en cuanto a tu cuestión social, pero siempre lo endógeno va a tirar más. En el resto de los casos, es una combinación de los dos factores, donde hay muchísimo de cultural”, agrega el biólogo.

Un concepto bastante reciente que sirve a modo de ejemplo es el de jet lag social. El jet lag es aquello que ocurre cuando se viaja atravesando husos horarios al este o al oeste, y se produce un trastorno del tiempo, hasta que uno logra “ponerse en hora”. Sin embargo, dice Golombek: “No tenés que volar para que pase eso, te sucede todos los días si el horario de tu reloj es diferente del horario impuesto socialmente. Todos nos despertamos con alarma, con reloj despertador. Eso quiere decir que tenemos jet lag social. Todos nos despertamos en horas distintas los días de semana que los fines de semana. En los cronotipos extremos, el jet lag social va a ser mucho mayor, en los relativos será menor, pero seguirá estando”.

“Tengamos al sueño como un factor de importancia pública y no solo como algo anecdótico que uno hace cuando puede”. Diego Golombek

En la actualidad, dormimos entre una y dos horas menos que hace 50 o 100 años a causa de los cambios culturales y de la aparición de la luz artificial. Para el científico, eso es muchísimo y las consecuencias son muy importantes. “Si se duerme menos, se vive peor. Hay más accidentes, tenés peor ánimo, te equivocás y te enfermás más. Tengamos al sueño como un factor de importancia pública y no solo como algo anecdótico que uno hace cuando puede”.

Sucede que el reloj rige los ritmos fisiológicos de nuestros órganos y la producción de enzimas, hormonas o proteínas en las células. Incide, en definitiva, en los más variados ámbitos y aspectos de la vida cotidiana, desde el descanso y la vigilia hasta la alimentación o el rendimiento físico e intelectual. La gran diferencia con los relojes que hemos creado es que este se pone en hora con la luz natural; y llevarle la contra tiene sus consecuencias.

CÓMO DUERMEN LOS ARGENTINOS

El biólogo Diego Golombek, junto con las investigadoras María Juliana Leone y Marina Giménez, lanzó una encuesta nacional para medir cómo duermen los argentinos. Se propone, una vez que sean encuestados 150 mil argentinos, que la información recabada sirva como una herramienta pública para discutir el huso horario en el que debiera estar el país, entre otras cuestiones. Según explica, cambios como ese podrían producir una mejora en el sueño, la productividad, la propensión a enfermedades y hasta el estado de ánimo. “Por razones históricas, la Argentina se encuentra en el huso horario menos tres, pero si uno lo analiza geográficamente, estás en medio del océano Atlántico, no donde se debiera estar. ¿Por qué? Habría que considerar cuál es el huso horario que mejor se adapta a nuestra geografía”, concluye.

Para participar en la encuesta: www.cronoargentina.com