El día decisivo

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Guillermo Jaim Etcheverry
Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.
En Twitter: @jaim_etcheverry

Son las 8:40 de la mañana del tercer martes de noviembre. Los despiden familiares y amigos que les desean suerte y rezan por ellos. Luego de superar escáneres y revisiones exhaustivas, se desprenden de teléfonos celulares y relojes, en fin, de todo. Solos, se dirigen nerviosos a ocupar su sitio. ¿Se trata de viajeros en un aeropuerto? No. Quienes están por sentarse en sus bancos son los alumnos coreanos, que, como todos los años en la misma fecha, se disponen a rendir el suneung, el temido examen con el que concluyen sus primeros doce años de estudio. Se han preparado para ese momento durante toda su vida. Así lo relata Eun-suh: “Voy a la escuela a las 7:30 para estudiar, las clases comienzan a las 9:00 y se prolongan hasta las 17:00. Al regresar a mi casa, como algo y me voy al hagwon hasta la medianoche”. Los hagwon son institutos privados en los que niños y jóvenes se ejercitan hasta el agotamiento. Los domingos Eun asiste a un dokseosil, o sala de repaso, pequeños cubículos diseñados para facilitar el aislamiento necesario para estudiar.

“Los excelentes resultados dependen de las expectativas de los padres y de los propios estudiantes”.

El complejo examen dura nueve horas y, para facilitar la llegada de los 595.000 jóvenes –casi todos de 18 años– que se presentaron el 15 de noviembre pasado, los negocios permanecieron cerrados hasta más tarde, la bolsa comenzó sus actividades una hora después de lo habitual y las sirenas delataban a los policías que llevaban a los alumnos retrasados por la congestión del tránsito. Es más, entre las 13:05 y las 13:40 se suspendieron los despegues y los aterrizajes de aviones en los aeropuertos del país para no interferir con la lectura de un texto en inglés que los alumnos deben interpretar. Mientras todo esto sucedía en las aulas –que nadie abandona hasta que concluya la prueba para evitar filtraciones y en las que los maestros utilizan un calzado que no produce ruidos que puedan molestar a los alumnos–, los padres y familiares rezaban en los alrededores de las escuelas o en los templos en una tensa espera.
La trascendencia que tiene el examen para la vida de los jóvenes coreanos es enorme, porque en esa oportunidad se determina no solo si lograrán el ansiado acceso a la universidad –ingresa el 70 por ciento de quienes concluyen la educación media–, sino a qué institución podrán hacerlo. El objetivo es ubicarse en el 2 por ciento que ingresa a una de las tres más prestigiosas, conocidas como las “SKY” (Seúl, Korea y Yonsei). De eso depende su futuro, el tipo de trabajo que conseguirán y, en general, su situación social. Por eso, los jóvenes y sus familias entienden que el suneung constituye una instancia decisiva para sus vidas.
Observada desde nuestra cultura, la presión que ejerce la sociedad coreana sobre sus jóvenes resulta exagerada, y posiblemente lo sea. No parece sensato propugnar este sistema como un modelo a seguir por nosotros, ya que es imposible trasplantarlo a una sociedad tan diferente. Sin embargo, el relato confirma que los excelentes resultados educativos, en este caso los obtenidos por los coreanos, dependen de las expectativas de los padres y de los propios estudiantes. Sobre todo, reflejan el esfuerzo que se esté dispuesto a hacer para aprender. Un esfuerzo que, entre nosotros, muy pocos aceptarían realizar.